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Javier Rodrigo viaja a la España cautiva

JUAN JOSÉ TÉLLEZ

Leopoldo de Luis se llamaba Leopoldo Urrutia y acababa de recitar por las trincheras de España con Miguel Hernández y con Gabriel Baldrich, cuando habitaba un campo de concentración en Jimena de la Frontera. Su caso lo estudia ahora el historiador campogibraltareño Pepe Algarbani, quien también anda tras la pista de otros batallones de forzados que levantaron las defensas del Estrecho a caballo entre la guerra civil española y la Segunda Guerra Mundial: entre ellos, figuraron temporalmente otros tres escritores, llamados José Luis Cano, Ángel María de Lera y Gregorio Gallego. Este último, dejó el testimonio de dicha experiencia en las páginas de su novela Campo de Gibraltar , editada por Anthropos en 1987.

Es en esa línea de recuperación de la memoria donde se sitúa Cautivos. Campos de concentración en la España franquista, 1936-1947 (Ed. Crítica, Colección Contrastes, 2005), de Javier Rodrigo, que nació con las libertades en la Zaragoza del 77 y quizá por ello se ha atrevido a bucear en ese oscuro pasaje de la historia española: "Por suerte, no tengo antecedentes familiares de represaliados. Yo parto de una implicación, primero, académica y científica, porque no había ningún estudio al respecto, lo que es una cosa que me sorprendía bastante. La bibliografía sobre los campos era exigua en nuestro país. Y, muchas veces muy parcial, muy localista, y no funcionaba. Muy pocos autores entendían lo que eran los campos de concentración. Pero no sólo he abordado este tema desde un punto de vista universitario, sino que también existe una implicación emocional mía y pasional. Hasta cierto punto me parecía bastante triste que un fenómeno represivo tan importante, con medio millón de seres humanos internados en campos de concentración, no tuvieran el reconocimiento explícito de la historiografía y la investigación".

Rodrigo es Licenciado en Historia por la Universidad de Zaragoza y Doctor en Historia Contemporánea por el Instituto Universitario Europeo de Florencia (Italia). A este mismo asunto, ya se había aproximado con textos en libros colectivos como Una inmensa prisión (Crítica, 2003), Usos de la historia y políticas de la memoria (2004) o De un tiempo y un general. La memoria histórica del franquismo (2005), aparte de numerosos artículos y capítulos de libro. En su nota biográfica, se recoge que fue editor de Culturas y políticas de la violencia en España , 1917-2000 (2005) y miembro de las revistas Spagna Contemporánea e Historia del Presente , así como del Centro de Investigaciones Históricas de la Democracia en España, fue asesor histórico del documental Rejas en la memoria .

A partir de sus investigaciones, de las que dio cuenta durante un acto público celebrado en la Casa de la Cultura de Conil durante la pasada semana, se tiene una noción más exacta de aquel formidable mapa de la represión, en la España victoriosa de la guerra civil: "Sobre todo –apunta–, Castilla León fue la zona más directa de la retaguardia franquista y es donde se acumulan todos los poderes del régimen". Así fue, ya que la Jefatura del Estado pasó de Salamanca a Burgos, donde residió la inspección de campos de concentración, una siniestra fórmula de encarcelamiento y muerte cuya toponimia lleva los nombres de Miranda de Ebro, San Pedro de Cardeñas, Aranda del Duero, en la zona de la inmediata retaguardia. Desde noviembre de 1936 hasta 1942, los principales inquilinos de estos recintos serán prisioneros de guerra del Ejército Popular que defendía la legitimidad republicana. Posteriormente, hasta 1947, alternarán su función represiva con la de asilo: "En ellos, se internó a refugiados de la Segunda Guerra Mundial, franceses, polacos, o judíos considerados como apátridas que huyen de la invasión nazi, pero luego, también, a colaboracionistas franceses, belgas, alemanes, holandeses e incluso gendarmes nazis".

"Es algo bastante sorprendente. Pero Franco internó en Miranda del Ebro a más de cuatrocientos gendarmes que habían prestado servicio en la frontera francesa y que cruzaron a España tras el desembarco en Normandía, huyendo de las partidas de maquis".

Ahora que se conmemora el sexagésimo aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial, aún se desconoce el papel que también jugaron estos campos como estación de tránsito para los militares aliados que huían de la Alemania nazi y pretendían llegar a Gibraltar o a Portugal para reincorporarse a filas: "Hubo muchos ingleses –asume Rodrigo–. Muchos eran militares que se veían copados en la frontera y no tenían más remedio que refugiarse en España. A veces, eran grupos de militares fugitivos de campos de concentración en Francia porque, en teoría, España era no beligerante y les debía permitir el paso. Hasta que no está Gómez de Jordana al frente del ministerio de Exteriores no se llevan a efecto sus deseos y aún así hay dificultades, porque Alemania solicitaba que a estos militares no se les permitiera reincorporarse a sus ejércitos".

Pero la sustancia que rige la investigación de Rodrigo es la de los campos de forzados españoles, como los que se repartían por Castilla y Aragón, o los batallones disciplinarios que se conocieron en Andalucía, donde los investigadores se enfrentan a serias dificultades: "Es una zona muy complicada de investigar porque falta mucha documentación y el virreinato de Queipo de Llano impedía que se estableciera una política unitaria en la zona sublevada. Queipo se opuso incluso que Burgos estuviera por encima de él para dictaminar sobre prisioneros de guerra. Pero lo cierto es que va a haber campos en todas las provincias de la II Región Militar".

"Había contacto entre los prisioneros y la población. Incluso algunos, por trabajo o por matrimonio, se quedan a vivir allí, para siempre. Pero es raro, porque en los campos, más que estar de vacaciones, estaban sometidos a tortura, a trabajos forzados, a una reeducación tremenda a base de malos tratos, de humillaciones, de conferencias patrióticas de los curas. Muchas veces, existe la impresión de que los campos franquistas eran cutres, que no funcionaban bien, que los presos se morían de hambre... pero no es eso. Funcionaban tan bien que los prisioneros se morían de hambre porque era la intencionalidad con la que nacían". Se habla de diez mil muertos: de hambre y de tuberculosis, fundamentalmente.

Rodrigo suele hablar de la necesidad de romper el monopolio de la memoria, cuando los protagonistas de aquella época están a punto de desaparecer y debe mantenerse el recuerdo de su experiencia para que no la olviden los nietos de la guerra civil, más allá del perdón mutuo de la transición democrática: "No hay que tener miedo a las políticas de homenaje hacia el pasado. A fin de cuentas, la democracia española no es una democracia antifascista, no tiene como paradigma fundacional el antifascismo como en Alemania, Italia o Francia. El único modo de redituarlo es a través de las políticas de homenaje. Ahora que estamos en democracia se debe conmemorar y homenajear a las personas que encarnaron los valores democráticos que ahora tanta gala hacemos".

"Comparativamente, el de España es el fenómeno de campos de concentración más importante de Europa, después de Alemania. Que no hubiese habido investigación ni política de homenaje, me parece bastante sintomático de lo que es la política democrática del país. De 188 que hubo, entre estables y provisionales, sólo tres tienen recordatorios. Pero nada se dice de lo que fue, en su día, el Palacio de la Magdalena en Santander, la sede de la UIMP, o el parador de San Marcos, en León, y, en el Valle de los Caídos, tampoco hay ninguna placa de quién lo construyó, ni se habla nada de los veinte mil presos políticos, de cuantos murieron, de por qué fueron puestos a trabajar allí".

*Fuente : Diario de Cádiz, 13 de mayo de 2005