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Un silencio cobarde

OLGA MERINO
BARCELONA - El Periódico 24/02/2004

La Universidad rinde tributo a seis luchadores antifranquistas con el doctorado honoris causa

A Maria Salvo, exmilitante de las Juventudes Socialistas Unificadas, hubo que trasladarla en ambulancia y silla de ruedas. El abogado católico Agustí de Semir subió a la tribuna con ayuda y un sonotone en cada oído. Y también precisó de un brazo en que apoyarse Gregorio López Raimundo, aquel comunistón acastillado que ayer, en sus zapatos de domingo, tenía la fragilidad del cristal por el cruel encogimiento a que somete la edad. Sobre el esfuerzo de los tres, "símbolos vivos" de la resistencia antifranquista de miles de personas sin nombre, se pasó de puntillas durante años para no malbaratar el encaje de bolillos de la transición.

La venerable ancianidad de los homenajeados y el motivo hicieron más emotiva si cabe la ceremonia de investidura de los tres activistas como doctores honoris causa por la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC). La Rovira i Virgili de Tarragona también tributó ayer esa distinción a otros tres luchadores: el escritor Josep Anton Baixeres, el poeta Xavier Amorós y el activista tortosino Josep Subirats.

El rector de la Politècnica, Josep Ferrer Llop, dio la bienvenida a los tres octogenarios con un discurso incisivo y directo: "Hay que romper un silencio que más allá de la prudencia deviene injusto y cobarde". Ferrer explicó que la investidura se inscribe en un ciclo de actividades, esta semana, destinado a conmemorar el 25° aniversario de la recuperación de las libertades democráticas con la Carta Magna de 1978. Fue ahí donde el rector soltó una carga de profundidad: "Las constituciones pueden, y es bueno que lo hagan, cambiar para adaptarse a las transformaciones sociales. La Historia enseña que la sacralización de los textos nos paraliza y nos hace retroceder".

El auditorio de la UPC estaba a rebosar: desde anónimos simpatizantes del PSUC (¿de dónde sacarían las pegatinas que lucían?), hasta ilustres diplodocus políticos como Santiago Carrillo. Nadie se atrevía a romper la solemnidad del silencio (salvo un móvil que ensució la magia con la 40 de Mozart). Por eso, fue un alivio cuando el padrino de los tres doctorandos, el profesor Guillermo Lusa Monforte, se levantó para ayudarles a subir al estrado: cientos de manos, al fin, se entregaron al placer de aplaudir hasta enrojecer. Parecía que la salva de palmas atronadoras conjuraba el "hambre, el estraperlo y la tuberculosis", los fusilamientos, la feroz represión, la censura y el integrismo de la Iglesia católica, como se encargó de recordar el profesor Lusa en su exhaustivo inventario del horror. Maria Salvo agradeció el honor en nombre de los tres con una exhortación a los jóvenes:

"Nosotros recorrimos un trecho del camino".