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Periodismo aliadófilo bajo el régimen de Franco

HUBO QUIENES SE esforzaron por soslayar el rigor de la germanofilia oficial, entre ellos periodistas de 'La Vanguardia' y 'Destino'

 

CARLOS NADAL - 24/07/2005

El 7 de mayo se cumplió el sexagésimo aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial en Europa con la rendición incondicional de Alemania. El 15 de agosto se cumplirá en Japón, con la salvedad de que se mantuvo en el trono al emperador Hiro Hito. En 60 años el mundo es otro. ¿ Podía ni siquiera imaginarse entonces que Nueva York, Madrid y Londres sufrirían terribles atentados de radicales islamistas?

El salto en todos los órdenes ha sido gigantesco. Pero no por eso se ha perdido la memoria de la enorme tragedia bélica y sus consecuencias. Es más, hay actualmente una voluntad bastante generalizada de recuperarla, en muchos casos con rigor y atinados métodos. Aunque ocurre en otras ocasiones que se hace con fallos en la perspectiva histórica, sin acudir adecuadamente a todos los testimonios y fuentes personales posibles, a la recuperación de los hechos en el contexto debido, tal como los vivió la gente de la época y a su verdadera significación.

Esto vale para la Segunda Guerra Mundial y para las repercusiones muy directas que ella tuvo en España, que pasaba entonces por una de las experiencias más dramáticas de su historia, recién acabada la Guerra Civil y sometido el país a la dictadura de Franco, con lo que conllevaba de dura represión y de supresión absoluta de las libertades y derechos.

En la llamada Gran Guerra, la primera mundial, de 1914 a 1918, España se mantuvo neutral, pero la opinión y la prensa - entonces plenamente libre- estuvieron apasionadamente divididas entre germanófilos y aliadófilos.

Muy distinta fue la situación en la guerra de 1939 a 1945. España, como queda dicho, ya ni siquiera fue neutral. Se proclamó no beligerante, porque el régimen franquista debía en gran parte la victoria durante la contienda civil de 1936 a 1939 precisamente al apoyo de la Alemania nazi y la Italia fascista. De las cuales se había incorporado parte de su retórica, ideología y estructura política e institucional para vestir la realidad de una dictadura militar basada en un españolismo simplista y en lo que se ha definido como nacionalcatolicismo.

Y hubo también la división entre germanófilos y aliadófilos, sólo que con el fondo trágico de un régimen dictatorial victorioso e implacable en la represión y unos vencidos que la padecieron bajo las formas más crueles. El régimen de Franco fue oficialmente germanófilo. Y la prensa estaba obligada a comulgar con este alineamiento debido al control de una censura extremadamente vigilante, pero también a las amenazas de sanciones, que podían ir desde la suspensión temporal o definitiva de un periódico hasta dejar sin trabajo a algún periodista, cuando no a encarcelarle.

Este rasero común de germanofilia muy pocos periódicos y algunos, contados, periodistas se esforzaron en soslayarlo, exponiéndose a los perjuicios, a veces graves, que podía acarrearles.

Por una elemental reivindicación de la verdad y el recuerdo, creo obligado referirme a los ejemplos que más de cerca he vivido. Me refiero a la revista Destino y a LaVanguardia, publicaciones que naturalmente tenían que combinar imposiciones de la germanofilia impuesta desde arriba con informaciones, crónicas y opiniones en que se traslucía la postura aliadófila, de manera que ponía en especial alerta a los custodios de la pureza doctrinal del régimen y era perfectamente entendida por la opinión, con el seguimiento adicto de los aliadófilos y el rechazo de los germanófilos. Nadie se llamaba a engaño. Lo cual, visto desde ahora, puede aparecer borroso si no se estudia con una voluntad de acercarse sin condicionamientos previos a la realidad tal como fue. La sección de Internacional de La Vanguardia fue un reducto aliadófilo durante la Segunda Guerra Mundial y un foco de antifranquismo. Los grandes profesionales José Casán Herrera, tan anglófilo que hasta en su porte y mentalidad parece británico; Antonio Carrero Baringo y Santiago Nadal, desde la redacción de Pelai, 28, y Augusto Assía, desde la corresponsalía de Londres, marcaban una pauta proaliada en la prensa española. Les fue posible mantenerla pese al franquismo y la germanofilia exaltados del director, Luis de Galinsoga, gracias a la protección del propietario, don Carlos de Godó, conde de Godó, cuya predilección por Inglaterra le venía de lejos.

Pero esta actitud implicaba serios riesgos. El control oficial era tan estricto que hasta los breves comentarios de Carrero, que firmaba Barin, sobre el curso de la guerra y los mapas con que los ilustraba Pablo Sanz Lafita eran retirados por la censura cuando reflejaban realidades adversas al ejército alemán. Y, en una ocasión, Carrero escapó, afortunadamente, de un grupo de falangistas que se disponían a agredirle.

Santiago Nadal, que entonces encabezaba la sección de Internacional -años después, hasta su fallecimiento en 1974, fue subdirector del periódico y presidente de la Asociación de la Prensa de Barcelona-, tenía ya en los tiempos de la guerra una amplia proyección pública por sus artículos diarios en La Vanguardia y semanales en Destino. Por eso atraía la inquina oficial con mayor dureza. La censura le tenía constantemente en el punto de mira. Y en 1944, el gobernador de Barcelona Correa Véglison, acérrimo franquista y germanófilo, le hizo encarcelar y se proponía enviarle al campo de concentración de Nanclares de Oca por la publicación en Destino del artículo titulado Verona y Argel.

Los directores de los periódicos eran entonces nombrados por el gobierno. A La Vanguardia, el diario de mayor tirada, le fue impuesto Luis de Galinsoga, de fidelidad franquista y germanofilia especialmente aseguradas, casi frenéticas. Por eso existía entre él y Santiago Nadal una incompatibilidad radical, con frecuentes enfrentamientos, uno de cuyos episodios fue la orden a Santiago Nadal de retirar la firma de su artículo diario sobre política internacional. Pasado un tiempo, se le permitió firmar con las iniciales S.N., que Santiago Nadal ya mantuvo siempre por cuestión de honor, pese a que fue autorizado más adelante a utilizar la firma completa. En lo cual Juan Ramón Masoliver le acompañó por solidaridad, firmando sus artículos de la sección literaria simplemente con una M.

Los artículos de Santiago Nadal en Destino y La Vanguardia alimentaban la esperanza de los aliadófilos. No había equívocos o dudas respecto a las ideas que representaban en el erial germanófilo de casi toda la prensa española. Y esto estaba muy claro para los observadores oficiales pertinentes de los gobiernos de Gran Bretaña y de la Francia libre. Por ello, terminada la guerra, el embajador y el gobierno británicos y el rey de Inglaterra, respectivamente, gestionaron y condecoraron a Santiago Nadal con la Victory Cross y, posteriormente, en 1952, la casa real británica le invitó personalmente a asistir con su esposa a los actos de la coronación de Isabel II. Por su parte, el gobierno francés, después de la liberación, le honró con la Legión de Honor.

La recuperación de la memoria exige estas precisiones, que no son sólo pequeña historia. En Santiago Nadal, la aliadofilia y la oposición notoria y destacadamente activa al régimen de Franco eran dos aspectos de una misma expresión de su liberalismo democrático y pluralista, que se inspiraba precisamente en el ejemplo de la monarquía británica. Si se trata de recuperar la memoria, conviene hacerlo con plena justicia y veracidad.


*Fuente : La Vanguardia, 24 de julio de 2005