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Las avecillas de Ravensbrück

Neus Català, a quien se impuso ayer la Creu de Sant Jordi, y las deportadas a las que representa significan la lucha contra el terror y la oscuridad


JACINTO ANTÓN

Me levantaba al amanecer y recorría las orillas del lago para observar pájaros antes de ir al campo de concentración. Durante los paseos pude ver fochas, patos, cisnes y dos bellos somormujos. Pero yo soñaba con el martín pescador, el legendario alción, la flecha azul sobre el agua. El hotel Lindenhof -"patio de los tilos"- estaba en una pequeña península en el lago Wurl, entre los espesos bosques de Prusia. Era un lugar muy hermoso y sin embargo todos vivíamos con un nudo en la garganta y al borde de las lágrimas. La expedición era variopinta, incluso teníamos un compositor que vestía de traje y se tocaba con sombrero de ala ancha, con lo que en aquel ambiente melancólico y lacustre parecía un sosias de Gustav von Aschenbach. A nosotros también nos rodeaba la muerte esos días crueles del pasado abril. Sin hablarlo, nos habíamos conjurado para alzar un muro de protección en torno a la superviviente, esa mujer pequeña y aparentemente tan frágil que sin embargo se reveló más fuerte que nadie.

La primera vez que vi a Neus Català, que ayer por la tarde recibió una de las más merecidas cruces de Sant Jordi jamás otorgadas, fue en su piso de Rubí y todavía el nombre de Ravensbrück no era más que una sombra lejana, un breve aletear de cuervos en un día soleado. La ex deportada trajo una vieja cafetera llena y me estudió desde detrás de sus grandes gafas y sus recuerdos. "Frauen-Konzentrationslager Ravensbrück, campo de concentración para mujeres al norte de Berlín, 92.000 muertas", empezó. "Exterminio. Digan lo que digan, era un campo de exterminio. Con su cámara de gas y su programa hitleriano de asesinato mediante el trabajo". Vernichtung durch Arbeit. La tarde caía tras los cristales. Yo tomaba notas. "Es muy difícil explicar lo que es llegar a un lugar así. Nos hicieron descender del vagón entre perros, gritos y latigazos, los SS con sus metralletas. Luego los barracones miserables, los váteres atascados, el tifus y la disentería. La deshumanización y la humillación. El hambre, los gritos de las que enloquecían, las noches de espanto. Mataron a dos compañeras delante de mí, a palos. Un humo acre brotaba continuamente de las chimeneas de los crematorios inundando el campo de olor a carne quemada. Todo lo que nos envolvía era terror".

Cuando unas semanas después recorrí el campo a su lado, en las jornadas del aniversario de la liberación, hube de recordar con renovado espanto aquella tarde con la superviviente. Al acabar su relato, Neus Català había sacado un platillo de embutido y unos vasos de agua y habíamos comido en silencio mientras el mundo se iba sumergiendo en la oscuridad.

En Ravensbrück, la pesadilla se materializaba en realidades concretas: las casas de los SS, los crematorios, el corredor de las ejecutadas, las celdas de castigo, la Appelplatz, donde las presas aguardaban el recuerdo... Con su mirada, Català despertaba los viejos fantasmas del campo en una ordalía de dolor. Pasaban envueltas en sus capas negras las crueles guardianas, marchaban agotadas las brigadas de trabajo esclavo y crujían de nuevo los ejes de la siniestra carreta en la que se cargaban los escuálidos cadáveres, la cosecha del Lager. Neus Català nos llevó frente al monumento de homenaje a las presas y leyó con voz firme las palabras inscritas: "Si estas mujeres no hubieran interpuesto el escudo de acero de sus cuerpos frágiles...".

De vuelta al hotel, dejando atrás las puertas de aquel averno alemán y sus miasmas, me sentaba al borde del agua y observaba los pájaros del lago buscando algo de paz. Había leído que en la zona abundaban los martines pescadores, nuestro blauet, esa avecilla maravillosa a la que nadie puede permanecer indiferente y que con su vuelo incendiado de brillantes colores y su zambullida ha iluminado a tantos poetas: Milton, Byron, Keats, Oscar Wilde o Gerard Manley Hopkins ("As kingfishers match fire, dragonflies draw flames"). Dicen que el martín pescador (Alcedo attis) tiene la facultad de calmar las aguas con su vuelo rasante y de crear sosiego a su alrededor. Algo que seguramente viene del mito griego de Halcyone y los 14 días de calma del solsticio de invierno, los días alciónicos, alkyonides hemerai.

Una noche le pregunté a una de las camareras del hotel por el ave y su curioso nombre en alemán, Eisvogel, 'pájaro de hielo'. "Es por el plumaje, de un brillo azulado como el hielo". Me contó también que en invierno, cuando los lagos de la región se hielan, los martines pescadores hiperbóreos se lanzan contra la superficie congelada tratando de perforarla y algunos mueren, sus cuerpecillos rotos como flores ensangrentadas arrojadas sobre una sábana fría.

Al igual que los martines pescadores, las presas de Ravensbrück se veían forzadas a romper el hielo del lago del campo, el Schwedt, para meterse a dragarlo, descalzas y con las manos desnudas. Muchas de ellas, me explicaba Neus, yacen en el fondo, pues las cenizas de las muertas se arrojaban al lago, junto al que se alzan los hornos crematorios. "Nunca vi los pájaros de que me hablas. No estábamos para mirar pájaros. Sólo recuerdo los cuervos, grandes y lustrosos, los cuervos que dan su nombre al campo, Ravensbrück, 'el puente de los cuervos', y que medraban por todas partes".

Tampoco yo vi, en fin, aquellos días de abril, los martines pescadores. Pero sé que están allí y que contra la sombra ancha de las alas negras de los cuervos alzan, como las deportadas, como la querida Neus, su grito de aviso, la obstinada fragilidad de sus cuerpos y la esperanza de su luz.

*Fuente : El País, 1 de diciembre de 2005