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Mauthausen en el corazón

La autora defiende que el 60º aniversario de la liberación de Mauthausen debe contribuir a que perviva en el futuro la memoria de la deportación republicana antifascista.

Rosa Toran. Historiadora. Amical de Mauthausen y de otros campos de concentración

Pronto los medios de comunicación informarán con profusión sobre los actos que se realizarán en el campo de Mauthausen los días 7 y 8 de mayo con motivo del 60 aniversario de su liberación, y que incluirán las ceremonias conmemorativas frente a los monumentos ubicados en la explanada que conduce desde la infernal cantera al campo de detención, y el desfile de todos los asistentes, ex deportados, asociaciones y autoridades, en la appelplatz , de maldito recuerdo como escenario de ejecuciones y vejaciones sin fin; ceremonias que se repiten cada año, pero que adoptarán, en esta ocasión, caracteres específicos. La presencia institucional estatal y de diversas comunidades autónomas, junto a supervivientes y familiares, significará un hito para los deportados republicanos españoles, que con fidelidad han rendido honores a sus muertos, humillados por la falta de reconocimiento y constreñidos, durante décadas, al amparo de compañeros de deportación de otras nacionalidades; ocasión que no debería desaprovecharse para plantear, desde los diversos ámbitos implicados, instituciones y asociaciones, y desde la reflexión histórica, el lugar que debe ocupar en el futuro la memoria de la deportación republicana antifascista.

Desde un lejano 1962, año en que se inauguró el monumento en recuerdo suyo, bajo los sones del himno de Riego, en un acto durante el cual los republicanos del exilio, en su mayoría, merecieron emocionadas palabras de compañeros de cautiverio franceses y ex brigadistas, han ido acaeciendo peregrinaciones, que aunaban dolor por el recuerdo del pasado y reivindicaciones ante el presente todavía oscuro del régimen franquista, que iba tolerando su regreso, a costa del olvido transferido en pacto durante la transición. Los que habían permanecido en el exilio, a pesar de las dificultades, pudieron situarse en la órbita de los que derrotaron a Hitler y establecer lealtades y amistades con personas de trayectorias afines; en definitiva, pudieron forjarse una identidad como supervivientes, imposible de construir bajo los parámetros de la dictadura de España, donde los análisis y las percepciones eran distintos, incluso en los círculos opositores, más orientados a la lucha contra el régimen que a la recreación del pasado de los combatientes durante la IIª Guerra mundial. Y frente a la desfachatez de los que se atribuyeron, en el momento oportuno, etiquetas de demócratas, la derrota tuvo consecuencias drásticas en las vidas cotidianas de los que soportaron el exilio interior. Fue, en palabras de historiadores, la continuación de la guerra por otros medios. Los ex deportados tuvieron que gastar sus energías en la mera supervivencia, recibiendo amenazas o consejos paternalistas de las fuerzas policiales, ante las que se veían obligados a presentarse regularmente para ser examinados sobre sus conductas o, incluso, prácticas religiosas; además, destruidos todos los símbolos de la República, aún los pertenecientes al imaginario o patrimonio familiar, demonizado e incluso ridiculizado todo el espectro de los vencidos, soportaron la ausencia de sus muertos en lápidas y monumentos, sin posibilidad de experimentar la terapia de la palabra, sin ninguna ceremonia de duelo que ayudase a exteriorizar los traumas de su pasado.

Ahora viajarán a Mauthausen pocos supervivientes, llegados de diversos rincones de España, Francia y también América, pero su escasa presencia se verá compensada por la compañía de familiares y amigos, de hijos y nietos que recuperan, en algunos casos, la historia de los padres y los abuelos; participación que debe servir para reclamar la historia no sólo de las víctimas directas, sino la de sus allegados y de sus descendientes, algunos engañados y descubridores de su pasado en plena madurez. Voces ahogadas para proteger; huérfanos con sentimientos de vergüenza y celos ante su diferencia respecto a los modos y usos dominantes; y también incomprensión ante la imposibilidad de expresar dudas y de formular preguntas que causaban daño ante familias trastornadas por las pérdidas. Serán ceremonias de duelo retroactivo, que contribuirán a traspasar al dominio público los espacios privados del dolor, en la medida que se reconozca un pasado compartido entre varias generaciones y se haga de las asociaciones un espacio acogedor, de recuperación de vidas, bajo unas coordenadas de análisis y acción más complejas que las militancias seguras del pasado.

Las ofrendas florales, la música, los parlamentos formarán parte de los rituales para honrar a los muertos y se compartirán emociones propias y ajenas, que incorporarán la experiencia de la conmemoración en nuestras vidas, creando, por unos días, parentescos emocionales, en un marco internacional e intergeneracional, que traspasa, también temporalmente, fronteras, lenguas y edad, para llevar Mauthausen en el corazón. Sin embargo, las lágrimas por las víctimas no son suficientes, como tampoco lo es caer en la tentación de una visión dulcificada por el embargo emocional; mientras se pronuncie, de nuevo, el juramento del Nunca Más, aquel que en 1945 abogaba por un mundo libre y sin guerras, no basta con lamentar su orfandad de significado, al cabo de tantos genocidios y tantas tenebrosas sombras proyectadas sobre nuestro presente. Quizás aquel mensaje formulado hace 60 años haya provocado frustración a los propios supervivientes, quizás comprueban la inutilidad de la lección que nos legó el pasado siglo, pero siguen perseverando con su vocación de memoria aleccionadora, tal como pugnaron, en los límites del horror, por reservar una brizna de vida para el testimonio futuro. Y así es como sigue siendo necesario otorgar un especial significado a la liberación de los campos, con ceremonias rituales en sus espacios o instalaciones conservadas, dado que en ellos se inscribe físicamente y emocionalmente la memoria colectiva de la deportación, incorporada también a nuestro acerbo cultural a través de la poesía, la música o el arte.

El renacer de las fobias racistas, el ascenso de la extrema derecha y sus decididas acciones violentas son fenómenos que empañan también al conjunto de toda Europa, la misma representada en los actos solidarios que albergan los campos de concentración en estos días. Frente al peligro de despolitizar la memoria en las ceremonias, es necesario reclamar coraje para resistir renovadas formas de agresión y exclusiones e investigar nuevas vías de reelaboración y de transmisión del discurso testimonial; en definitiva, cabe actualizar el pasado para convertirlo en lección moral, sin autocomplacencia. Año tras año se rompen los lazos directos con el pasado y pronto sólo nos quedará el análisis de los hechos que empañaron con millones de muertos los cielos de Europa, desde la perspectiva del presente, en un mundo pletórico de contradicciones y confusionismo ideológico. La memoria emotiva compenetra ánimos, ofrece apoyos a las víctimas y a sus allegados, teje lazos de relación entre distintas generaciones, pero la sola recreación del pasado puede convertirse en un ejercicio inútil, tal como enseña Tzvetan Todorov en su defensa de la memoria ejemplar, aquella devenida medio para comprender también situaciones nuevas o distintas y que otorga al pasado una presencia activa en el presente, con un mensaje actual y universal.

Emociones y sentimientos, compartidos en un espacio y en un tiempo real de nuestro 2005 con algunos de los supervivientes que quieren regresar a los lugares que se grabaron indelebles en su memoria, para llorar a sus compañeros muertos, para abrazar a los que sientan comunión solidaria con ellos, para narrar sueños impregnados de aquel pasado de dolor y muerte, que ahora revierte en el tercer milenio, en el que pocos pensaban vivir durante sus años de internamiento y esclavitud. Grabar en nuestras conciencias sus experiencias, incorporarlas a la historia de pueblos y naciones y defender la conservación de los recintos de los campos de concentración como lugares de recuerdo y también foros de debate entre jóvenes, otorgar una dimensión internacional a la conmemoración, sin olvidar las especificidades propias de los colectivos deportados, es la tarea inmediata en el largo recorrido de numerosas preguntas y respuestas, cuyos significados van variando al paso del tiempo, sin dejar de albergar Mauthausen en el corazón, con ánimo grave y sereno, porque fue la humanidad la que murió en los campos de la muerte.

*Fuente: El País, 30 de abril de 2005

 

Texto

*Fuente: Periódico. de Febrero de 2005