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Los olvidados

JOSÉ LUIS FERRIS

Durante los primeros meses del alzamiento militar en el norte de África -hablo del 36- fueron muchos los oficiales y suboficiales que se negaron a participar en lo que consideraban un sucio golpe y una traición a la República. Casi todos ellos serían ejecutados y abandonados junto a una tapia, una cuneta o una fosa común. Uno de aquellos hombres se llamaba Juan Galea Borrero y era brigada en el Batallón de Cazadores de las Navas nº2. Fue fusilado en Larache el 2 de septiembre de 1936, según consta en el Registro Civil de dicha ciudad (folio 87, Tomo 17 de la sección de defunciones) y según rubricaron D. Adolfo Ladrón de Guevara, juez de Paz, y D. Emilio Jiménez Bueno, secretario.

Tuvieron que transcurrir 30 años para que Carlos Galea, hijo del suboficial fallecido a consecuencia de "heridas provocadas por arma de fuego", recibiera una versión más cruda y completa de los hechos. Antonio Ortega, encargado de un almacén de frutas, antes de abandonar Larache puso en las manos del joven un documento estremecedor: el diario íntimo de un tal Prado, capitán de Ingenieros y organizador del levantamiento militar en la citada plaza por expreso deseo del teniente coronel Yagüe. La frialdad que se aprecia en el relato, el largo rosario de nombres que se desgrana en sus páginas, la contundencia de las actuaciones llevadas a cabo o las ejecuciones realizadas dan buena cuenta de la moral y el pelaje de aquella casta militar que cambió el rumbo de nuestra Historia. También años después, tras un recital de Benedetti, Carlos Galea despertó de su propio letargo y decidió sacar a la luz el testimonio de aquel oficial que no sólo encabezó la rebelión contra el legítimo gobierno de la República sino que firmó y ordenó el fusilamiento de su progenitor.

Con el título de La casta militar africanista (1936), el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert acaba de editar una obra de enorme importancia en la recuperación de la memoria histórica: el relato de Prado y los comentarios de Carlos Galea, hijo de una de aquellas víctimas que hasta hoy han sido carne de olvido. La labor es larga pero más lo fue la ignominia, la indignidad o el miedo.

*Fuente : El País, 17 de febrero de 2005