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¿Cuándo pedirán perdón?

En Chile, quienes colaboraron con la dictadura empiezan a excusarse. En España, aún no.

VICENÇ Navarro
Catedrático de Políticas Públicas de la Universitat Pompeu Fabra

Durante los años del Gobierno de Unidad Popular de Salvador Allende asesoré a aquel Ejecutivo chileno, trabajando con mi buen amigo Gustavo Molina (que dirigía el Servicio Nacional de Salud y era también el médico personal del presidente Allende ) en las reformas sanitarias orientadas hacia la expansión de la cobertura a las clases populares. También colaboré con Hugo Behm, uno de los epidemiólogos más conocidos de América Latina y decano entonces de la Escuela de Salud Pública de aquel país, una de las mejores del continente. El 11 de septiembre de 1973, cuando ocurrió el golpe militar contra el Gobierno democráticamente elegido, estaba yo de vacaciones en Baltimore (EEUU), ciudad donde está ubicada la Johns Hopkins University, de la cual estaba en excedencia para asesorar al Gobierno chileno.
Ese día, Molina, Behm y muchos amigos míos fueron detenidos, torturados y encarcelados en condiciones atroces junto con miles de chilenos que habían colaborado con el Gobierno democrático. El rechazo a aquel golpe militar fue mundial. En EEUU, la Asociación Norteamericana de Salud Pública (que condenó el golpe y el apoyo que le proporcionó la Administración de Richard Nixon ) nombró a Behm (preso en un campo de concentración) presidente honorario, en un acto de solidaridad internacional.
A través de sus familiares pude ir siguiendo el terror y la brutalidad de aquella dictadura, y también el silencio del establishment chileno (las Fuerzas Armadas, la Policía, la Iglesia, la Judicatura, la prensa y otros medios de información, y la universidad, entre otros) frente a aquellos atropellos de la dictadura, realizados de una manera sistemática y como parte de su política del terror.
Veinticinco años después, voces aisladas primero, y representantes institucionales después, han comenzado a romper aquel silencio, y poco a poco han ido admitiendo el error y pidiendo perdón por su participación en aquel terror, o por su silencio y complicidad con aquella horrible violación de los derechos humanos. Es para mí una alegría que se publicara un testimonio de aquellos hechos tal como ha realizado la Comisión sobre Prisión Política y Tortura, y que los medios de información españoles hayan ido dando amplia y completa cobertura de aquel terror. Pero tengo que admitir que estas noticias me crean también una enorme frustración. ¿Por qué?

LA
RAZÓNes que viví otro Chile en mi propio país muchos años antes. En 1936 un golpe militar en España interrumpió otro Gobierno democráticamente elegido en el que millones de españoles, incluyendo mis padres y familiares, habían depositado su confianza y sus ilusiones de crear un mundo mejor para nosotros, sus hijos. Aquel compromiso suyo les valió una enorme represión. Yo fui testigo de ella. Primero en mis padres, familiares y miles y miles de españoles; y más tarde en mí mismo (cuando en los años 50 y principios de los 60 luché en la clandestinidad contra aquella dictadura hasta que tuve que irme de mi país iniciando un largo exilio). En realidad, la dictadura que aquel golpe militar estableció fue incluso más brutal, si cabe, que la pinochetista. El atropello de los derechos humanos tales como violaciones, vejaciones sexuales y torturas eran prácticas comunes entre las tropas franquistas y en los aparatos represivos del Estado. Y cuando volví del exilio casi nadie hablaba de ello. Se habían olvidado, entre otros hechos, las arengas del general Queipo de Llano invitando a sus tropas a violar a las mujeres republicanas para demostrar su hombría. Y las horribles torturas y experimentos médicos que se realizaban sistemáticamente a los prisioneros en los campos de exterminio y de concentración franquistas en nuestro país. Se había olvidado también la tortura sistemática durante la dictadura en las sedes de la policía política, la Brigada Político Social, realizada con un sadismo increíble por su crueldad, y que llevó al suicidio a no pocos detenidos.
Pero lo que ha ocurrido en España ha sido incluso peor que el olvido. Ha habido una tergiversación sistemática de nuestra realidad, negando la naturaleza de aquel terror. Queipo de Llano y muchos otros generales golpistas, incluyendo a Franco, continúan siendo homenajeados en monumentos, calles y plazas de nuestro país. Y aquí en España, casi 70 años después del inicio de aquellos atropellos, y 25 después del establecimiento de la democracia, ninguna institución conservadora relacionada con la dictadura ha reconocido el error y pedido perdón. Esta es mi desazón y frustración.

¿CÓMO
ES que las Fuerzas Armadas no han pedido perdón por su participación en aquellos atropellos, ni han condenado el golpe, ni han homenajeado a los militares leales a la República? ¿Cómo es que la Iglesia no ha pedido perdón por su apoyo y bendición a aquel golpe y a la dictadura sangrienta que estableció, plenamente consciente de la violación de los derechos humanos en los que participó? ¿Cómo es que la judicatura no ha pedido perdón no sólo por su silencio, sino por el mantenimiento de unas leyes represivas? ¿Cómo es que grandes sectores del mundo empresarial no han pedido perdón por su aprovechamiento de la ausencia de derechos humanos tan esenciales como el de sindicalización, imponiendo salarios muy bajos y condiciones laborales muy deterioradas durante la dictadura? ¿Cómo es que los medios de información conservadores no han pedido perdón por su silencio durante todos aquellos años, a pesar de que sabían de la brutalidad de aquel régimen? ¿Cuándo pedirán perdón aquellos intelectuales que mantuvieron silencio escudándose en un inexistente equilibrio de brutalidades entre los dos bandos del conflicto?
¿Hasta cuándo durará esta situación?

*Fuente : El Periódico, 28 de marzo de 2005